martes, 24 de enero de 2012

GOLOSINA CANÍBAL

La lámpara del cuerpo es el ojo
Mateo, 6:22

En el capítulo VI de Los mares del Sur, R.L. Stevenson cuenta cómo los habitantes de las Islas de las Marquesas creían que los espíritus hambrientos atacaban a los caminantes y los devoraban comenzando por los ojos, que consideraban una auténtica “golosina caníbal”. Bataille tomará prestada la expresión para designar su aportación a “Ojo” en el Diccionario crítico que publicó inicialmente en la revista Documents en 1929. La entrada se completa con los textos de Robert Desnos –Imagen del Ojo y de Marcel Griaule –Mal de ojo además de una cuarta aportación, sin firma, referida a las reticencias de la Academia francesa para recoger algunas acepciones de la palabra.

Ya he comentado anteriormente en este blog (ver “El ojo transgresor de Bataille”) la importancia que para este autor adquiere el ojo, como símbolo generador de imágenes y conductor de la acción en su primera novela, así como de las asociaciones en el par oeil-oeuf  (ojo-huevo), que en francés tienen además una clara cercanía fonética, ya apuntada por Barthes en La metáfora del ojo. Me propongo ahora desarrollar algo más esta simbología a partir del texto de El diccionario crítico, poniéndola en relación con la función que adopta en otros autores, especialmente en Poe y su relato  El corazón delator.


Ojo-globo. Odilon Redon
Ojo-globo. Odilon Redon
El ojo es portador de una fuerte carga simbólica y está en el origen de numerosas leyendas, mitologías y producciones artísticas: como fuente de creación divina, ventana del alma, metáfora de la razón, del despertar de la consciencia y del control social, prenda amorosa, ofrenda sacrificial y temido origen de la desgracia; desde el ojo del Horus egipcio  reproducido en  popular amuleto al símbolo del Gran Arquitecto en la Masonería o al vigilante Gran Hermano de la distopía de Orwell, pasando por el disco solar ojo de Purusha según el Rig Veda, el chakra Ajna o Tercer Ojo para el hinduismo, el gigante Argos o Polifemo en la mitología grecolatina.

Por su parte, la ceguera se ha asimilado frecuentemente al castigo por una transgresión –el caso paradigmático es el de Edipo, en ocasiones compensada con una poderosa visión profética, como en el adivino Tiresias. Hay cegueras amorosas, políticas y espirituales, ciegos de ira, de deseo y soberbia. Y están los infernales subterráneos de la ceguera que nos han transmitido Sábato y Saramago.

Bataille comienza su reflexión sobre esta “golosina caníbal” refiriéndose a la fascinación y el horror que provoca; esa ambivalencia nos paraliza ante la idea de morderlo, al mismo tiempo que puede inducir en “alguien” el deseo malsano de vaciar el ojo de un gatito con una cuchara de café. El ojo nos seduce con su “filo cortante”, y esto es lo que –afirma– debieron experimentar los autores de El perro andaluz, de forma que Buñuel enfermó durante días tras rodar la famosa escena del “ojo cortado”. Recordemos que Bataille anuda los enigmas del placer y el dolor como experiencias indisociables, tal como se desprende de su negro erotismo y de la liaison que establece entre las imágenes del tormento chino de los cien trozos –capaces por el espanto que provocan de “romper los ojos” y el gozo extático de  Santa Teresa esculpido por Bernini.

Fotograma de Un perro andaluz. Luis Buñuel y Salvador Dalí (1929)
En otro lugar de El diccionario crítico escribe Bataille: “Lo que afecta a los ojos humanos no determina solamente el conocimiento de las relaciones entre los diferentes objetos, sino también cierto estado mental decisivo e inexplicable”. En sus notas sobre El ojo pineal en el que explora las condiciones de una antropología mitológica se referirá al ojo ligado a la idea de derroche, como fuente de la que parten las energías infinitas; la verticalidad del ojo implica así la conexión con el cosmos, el sol, la cópula, una visión “pineal” y profunda, frente a la horizontalidad de la visión racional. Y en Las lágrimas de Eros (1961) subrayará la unidad de palabra e imagen para dar forma a los fantasmas del sexo, tan oscuramente ligados a la conciencia de la mortalidad.

El ojo es así germen del  horror porque también es percibido como metáfora de la conciencia. Y en este sentido relaciona Bataille el célebre poema de Victor Hugo en el que un ojo persigue inexorablemente hasta la profundidad de la tumba a Caín, y “el ojo obsesivo y lúgubre, vivo y espantosamente soñado por Grandville durante una pesadilla que precedió a su muerte”. Se refiere aquí Bataille al relato de una pesadilla titulado Crimen y expiación y al dibujo sobre la misma publicado por Grandville en Magazin pittoresque en 1847, en el que innumerables y siniestros ojos se multiplican sobre las olas tomando la forma de peces. Este ojo angustiante es semejante al de la policía y la justicia, “expresión de una ciega sed de sangre”. Es el ojo implacable y absurdo de la burocracia kafkiana y el panóptico penitenciario diseñado por Bentham y recordado por Foucault en Vigilar y castigar. Y en el texto de Bataille referirá finalmente al asesino Crampon, que en el momento de su ajusticiamiento regaló al verdugo su ojo de cristal.

Lágrimas. Fotografía de Man Ray,1930
Lágrimas. Fotografía de Man Ray, 1930
“Veo demasiado claro. Tendría que reventarme un ojo”, dijo el pintor Courbet; en 1931 el también pintor Victor Brauner se autorretrata con un ojo reventado, mientras que Paul Celan invita en sus versos: “Ciégate para siempre/También la eternidad está llena de ojos”. Los ciegos vagando sin rumbo nos miran desde el horror de su vacío en los cuadros de Brueguel el Viejo y los grabados de Goya. Y la identificación foto-ojo estará muy presente en los montajes vanguardistas de la nueva fotografía de Jan Tschichold y Fran Roh o el Kino-Glaz (cine-ojo) de Vertov. Por otra parte, es frecuente comprobar cómo algunos iconoclastas ciegan  las efigies de los santos antes de destrozarlas. Parece que en las mutilaciones de los ojos no sólo se expresa la metáfora más violenta del odio –como quiere Lacan sino también un insondable temor.  

Es curioso observar cómo Bataille, en su recorrido de vinculaciones a la “golosina caníbal”, cita a Hugo y Grandville y al nuevo cine de los surrealistas Buñuel y Dalí, y omite a un autor muy próximo en sus afinidades electivas. Me estoy refiriendo a Poe y a su magnífico relato El corazón delator, publicado por primera vez en el periódico literario The Pioneer en enero de 1843, y una de sus mejores producciones de terror psicológico.

En efecto, el desequilibrado narrador justifica con prolijidad las razones del asesinato del anciano con el que convive y las focaliza en ese ojo “de buitre”, velado por una tela, que le hiela la sangre con su mirada turbadora. El ojo cerrado –espiado en la oscuridad no produce espanto, pero cuando la luz  de la linterna semejante al hilo de una araña rasga la oscuridad y enfoca el ojo maldito, el asesino encuentra las fuerzas para desencadenar su odio violento. Aunque como los iconoclastas supersticiosos no matará al enemigo de frente, mirando al objeto de su fascinación, sino asfixiándolo en el suelo bajo su propio colchón. Y aquí se produce un desplazamiento hacia lo auditivo, pues el “horror incontrolable” que experimenta el  protagonista lo produce ahora el sonido de los latidos del corazón de su víctima.

Ilustración de El corazón delator
Ilustración de El corazón delator
Julio Cortázar sí relaciona el relato con el tema de Caín –utilizado como vimos por Victor Hugo en su poema La conciencia y lo liga en la obra de Poe a otros cuentos como El demonio de la perversidad, donde aparecería en su forma más pura, William Wilson, que ilustraría la alucinación visual y este El corazón relator, más centrado en la obsesión  auditiva.

Es magnífica la parte en la que el asesino reúne a los policías en la escena del crimen y goza al saberlos relajados en sus sillas sobre los tablones del piso que ocultan el cuerpo despedazado del viejo. Este despliegue de sangre fría ante las pruebas del homicidio me trae a la memoria el cuento Cordero asado, incluido entre los Relatos de lo inesperado de Roal Dahl, que fue después convertido en escalofriante relato televisivo por Alfred Hitchcock y parodiado a través del humor kitsch de Almodóvar en  su cinta ¿Qué he hecho yo para merecer esto?. Pero, a diferencia de estas versiones en las que la esposa asesina queda impune y más o menos tranquila, el personaje de Poe –al igual que el Caín de Hugo es incapaz de escapar a la infatigable persecución de su conciencia, y acabará confesando entre gritos su crimen porque no hay condena peor que seguir escuchando ese latido acusador de un corazón muerto.

La demencia sádica del protagonista de El corazón delator está también presente en un cuento escrito ese mismo año –me refiero al conocido El gato negro así como la ansiedad persecutoria y la imprevisible autoinculpación del asesino, que compartirán con El demonio de la perversidad (1845).

Son muchas las trasposiciones televisivas y cinematográficas con que ha contado El corazón delator. Por citar solo algunas destacaré el cortometraje de Jules Bassin (1941), el sketch realizado por Enrique Carreras para sus Obras maestras del terror (1960), la cinta de animación de Raúl García (2005) –que cuenta con la voz de Bega Lugossi y homenajea el cómic de Alberto Breccia o la más reciente versión dirigida en formato de thriller por Michael Cuesta en el 2010.

Parece que esa fascinación del par ojo-huevo que obsesionaba a Bataille, y que está presente en la dramaturgia de Arrabal o la filmografía de Bigas Luna, se trasponga en Poe y sus relecturas al polo ojo-corazón, con las mismas dobles implicaciones de seducción y pavor.

Leer más:
Assandri, José. Entre Bataille y Lacan. Ensayo sobre el ojo, golosina caníbal. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2007. 176 p.

No hay comentarios:

Publicar un comentario