sábado, 21 de enero de 2012

EL OJO TRANSGRESOR DE BATAILLE

De Georges Bataille puede decirse que no escribe en absoluto puesto que escribe contra el lenguaje
Marguerite Duras
  
Georges Bataille publica Histoire de l’oeil (Historia del ojo) en 1928, en una edición casi clandestina compuesta por ciento treinta y cuatro ejemplares, acompañada de litografías del surrealista André Masson, y bajo el seudónimo de Lord Auch.  

En 1940 se editó una reescritura de la novela, ilustrada en esta ocasión con grabados de Hans Bellmer, y  tras una tercera publicación en 1941, en el 67 –ya con la firma de Georges Bataille la editorial de Jean Jacques Pauvert realizó una edición póstuma de gran tirada que añade el facsímil de un "Plan de continuación" de la Historia. Estas reescrituras del texto se añadirán como apéndice al volumen de las Obras completas que Gallimard empezó a publicar con la presentación de Michael Foucault desde 1970. En 1977 Ruedo Ibérico publicó en París la traducción al español y en 1978 Tusquets la editó, dentro de su colección “La sonrisa vertical”, precedida por un ensayo de Vargas Llosa titulado El placer glaciar.

No es posible imaginar hoy una historia de la literatura erótica que no incluya referencias a Bataille y a ésta, su primera novela. La presencia de Sade gravita en un texto que discurre entre la novela gótica y el apunte de los postulados filosóficos y políticos que Bataille desarrollará después en sus ensayos. En palabras de Vargas Llosa se trata de un entramado de complejas superposiciones que componen “un texto surrealista a medio camino de la prosa y de la poesía, un documento clínico sobre las obsesiones”.

Dibujo de Hans Bellmer
Dibujo de Hans Bellmer
Más que una novela erótica al uso –compárese por ejemplo con Las once mil vergas de Apollinaire o el refinado libertinaje de las novelas de Pierre Louÿs-, el texto de Bataille prefigura el concepto de erotismo tal como se irá redefiniendo a lo largo de su obra; un erotismo que se fraguará fundamentalmente a partir de las nociones de obscenidad y transgresión. En efecto, Bataille señala que “hacerse leer a partir de la obscenidad (de la prohibición) es hacer notar con claridad que cualquier otra lectura es represiva”. El erotismo precisa de la prohibición para justificar su naturaleza transgresora, lo que encamina a los personajes de la Historia hacia la suciedad animal y la exhibición de un derroche de brutalidad ante el mundo adulto, símbolo de la sexualidad normativa y reproductiva. 

No se trata de una novela construida sobre unos tipos psicológicos sino que –como apunta Blumenthal a su comprensión conviene mejor un análisis en relación al polo de la heterogeneidad, tal como lo entendía Bataille. En este orden de lo heterogéneo incluye el autor de Historia del ojo la actividad sexual, la excreción, la muerte, el culto a los cadáveres, los sacrificios de animales, el juego, el gasto desenfrenado…toda una serie de entidades que coinciden en cuanto que el objeto de su actividad (genitales, excrementos, dinero) es tratado como un cuerpo extraño, con el que se establece un vínculo que tiene que ver con lo sagrado, lo divino o lo maravilloso

En su ensayo El erotismo (1957) Bataille concluye “Puede decirse del erotismo que es la aprobación de la vida hasta en la muerte”. Lo erótico se fundamenta en el campo de la violencia y en este sentido la muerte fascina por su carácter de transgresión última, reveladora de la profundidad del ser animal. Los protagonistas de Historia del ojo –el narrador sin nombre y Simone, su amante encarnan la muerte para algún otro en distintos momentos de la acción, y reciben juntos ante el cadáver profanado de su amante común, Marcelle, la revelación de “el fulgor invisible de la vida que no es una cosa.” La muerte es la única salida para el deseo incansable de los jóvenes amantes, pero cuando llega se percibe como un obstáculo cómico, una limitación incomprensible ante la necesidad de afirmación derrochadora de la vida y sus fluidos (sangre, orina, semen) .

Dibujo de Hans Bellmer
Dibujo de Hans Bellmer

Es en este sentido en el que Susan Sontang puntualiza que Bataille ha escrito una erótica de la agonía  basada en una obscenidad que triunfa sobre el dolor  y que prima las revelaciones de Thanatos sobre los goces de Eros. Es decir, en esta “dialéctica de la atrocidad” lo que de verdad importaría no es tanto el sexo, sino la muerte.

La noción de sacrificio supone para Bataille el más alto grado de dépense, de gasto vital, una forma ritualizada de destrucción en la que se viola una norma social a través de un exceso injustificable. En Historia del ojo se escenifican distintos momentos de sacrificio: en la plaza de toros de Madrid, el sacrificio solar de los caballos destripados y el del torero Granero, que muere con el ojo atravesado por las astas del toro; y en la iglesia de Sevilla, la violación y el sacrificio sacrílego del sacerdote realizado por los jóvenes con la complicidad del tutor-voyeur sir Edmond. El sacrificio se revela en este último caso como la transgresión de una sacralidad ficticia –la de la religión en aras de una noción de lo sagrado que está ligada al amor, la carne y el impulso irracional y orgiástico.

Portada de la revista Acéphale
Portada de la revista Acéphale

En 1936 Bataille concibió en la casa de su amigo Masson La conjura sagrada, un texto inaugural que fundaba una sociedad secreta y  que se convirtió en el manifiesto fundacional de la revista Acéphale. Su emblema será el hombre libre que “ha escapado de su cabeza, como el condenado escapa de la prisión”, el Dionisos medular de una “antropología mitológica” que intenta dar cuenta de la experiencia humana a partir de la insubordinación contra los sistemas de pensamiento racionalista.

Como el autor explica en el propio texto, la Historia del ojo fue engendrada “sobre dos obsesiones ya viejas y muy ligadas entre sí, la de los huevos y la de los ojos”, a la que se añaden ahora los testículos del toro, que Simone reclama como alimento y juguete sexual, y que son fuente de excitación frente al implacable ojo solar.

El ojo se configura así como zona erógena ante la que se despliegan las posibilidades de la discontinuidad del ser; por eso el sentimiento de caricia del ojo sobre la piel y la fascinación voyeurista de su mirada acéfala y cruel.

Bataille, Georges. Historia del ojo.Barcelona: Tusquets, "La sonrisa vertical". 1978. 143 p. 

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