jueves, 1 de diciembre de 2011

UNA LECCIÓN DE TERNURA

¡... Ni la tristeza ni la nostalgia matan!
J.M. de Vasconcelos


En estos últimos años se está potenciando en nuestro país la edición tanto de clásicos como de nuevas voces de la literatura en portugués. Libros del Asteroide, tras haber publicado a Telles Ribeiro, presenta ahora Mi planta de naranja lima, la obra más emblemática de José Mauro de Vasconcelos. Escrita en 1968, sigue siendo lectura formativa de referencia para cualquier brasileño, origen de numerosas adaptaciones cinematográficas y televisivas, y sin duda su novela más conocida, con traducciones en más de una treintena de lenguas.

Vasconcelos llevó una vida de personaje literario. Fue pescador, maestro, cuentista oral, entrenador de boxeo, modelo, actor, guionista, artista plástico… y en sus novelas volcó el inmenso caudal de sus experiencias para dar voz a los desposeídos (indios, braceros, garimpeiros) y rememorar distintas épocas de su biografía: ésta sobre su infancia en el barrio de Bangú forma parte de una tetralogía integrada por Doidao (1963), Las Confesiones de Fray Calabaza (1966) y Vamos a calentar el sol (1974).

La infancia de Zezé, el protagonista de Mi planta de naranja lima, es en buena parte la infancia del autor, una niñez de  pobreza y fantasía en un extrarradio de Río. Zezé es un niño de cinco años que quiere ser poeta pero por ahora se conforma con que no le peguen demasiado por sus travesuras constantes. Es un niño con una inmensa curiosidad: aprende a leer solo y acude constantemente a beber de la sabiduría enciclopédica de su tío Edmundo. Aprende que el pensamiento es ese mágico proceso que le permite “cantar sin estar cantando”, por lo que echa a volar al pajarito que él creía que le habitaba dentro para que pueda acompañar a otro niño más pequeño. Aprende a entender cosas que no deberían formar parte de la experiencia de alguien de su edad: la desesperación de un padre impotente para alimentar a su familia, el agotamiento de la madre ante las interminables jornadas en la fábrica, la tristeza de una Navidad sin regalos, la brutalidad que crece como una mala planta en los solares de la miseria. Aprende también el valor de la solidaridad, al comprobar que hay niños aún más pobres que él, y la importancia de la fantasía, un utensilio gratuito con el que reconstruir el mundo y sobrevivir a sus golpes. 

Mi planta de naranja lima. Imagen de cubierta

Zezé tiene pocas posesiones materiales: una caja de madera con la que sale a limpiar zapatos para ayudar en casa, las canicas y los cromos con los que trapichea. Pero posee una maravillosa colección de acompañantes: un arbolito de  naranja lima llamado Minguinho, confidente de todos sus secretos y montura fiel en sus cabalgadas aventureras, un avión que es un murciélago llamado Luciano, y en las visitas con su hermano pequeño al “zoológico” del gallinero, la admirable  “pantera negra”  que pasea con la  incuria de una gallina vieja. Tiene el amor protector de su hermana Glória, la entrega de una maestra conmovida por su generosidad, las canciones que le regala el señor Ariovaldo, y sobre todo, tiene al Portugués,  el dueño del mejor coche del barrio, al que el autor evoca entre las dedicatorias del libro por haberle entregado a los seis años el regalo primordial de la ternura.

Es tentador establecer conexiones con los universos de Dickens y Twain. Es el tema del crecimiento a través del dolor el que aquí se nos muestra, pero el tratamiento dado por Vasconcelos nos remite menos al cínico aprendizaje de la picaresca o a la maduración pragmática del huérfano de La mortaja de Delibes, que a la lírica evocación de Saramago en Las pequeñas memorias, al nostálgico autodesciframiento de Camus en El primer hombre o al humor conmovedor de  La vida ante sí, de Romain Gary.

Vasconcelos, José Mauro de. Mi planta de naranja lima.(1968).Barcelona:Libros del Asteroide, 2011. 208 p. Traducción de Carlos Manzano. 

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