Imagen de Jo Ellen van Ouwerkerk
Los domingos, pareciera
que Dios hubiera huido dejando un agujero en la mitad del
mundo,
que Dios hubiera bostezado de tan mala manera y con tan mala
suerte
que su boca hubiera quedado abierta como una enorme O
donde cabe la entera molicie de los hombres. Son días
misteriosos
los domingos, con su rostro de sábana recién almidonada,
con su nostalgia de todas las cosas:
de las que nunca pudimos tener y ya nunca tendremos
y aún de las que nunca deseamos tener, pues es nostalgia
pura la tarde de un domingo;
y una horrible sospecha
de que estamos viviendo en un lugar ajeno
nos aturde el domingo a las tres de la tarde.
A veces el domingo es como un nido.
A veces su inocencia, la simpleza de sus calles vacías, de
su cielo
parece que va a hablarnos, a otorgarnos
una revelación
imponderable
Bonnett, Piedad, El hilo de los días. Colcutura, 1995
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