La Residencia de Estudiantes navegó como el buque insignia de la vanguardia artística y científica en la España del primer tercio del siglo XX, funcionando como catalizador de los movimientos y figuras más destacadas de la cultura del momento, y desarrollando una labor pedagógica renovadora desde los planteamientos krausistas de la Institución Libre de Enseñanza. Una “edad de plata” que pereció tristemente bajo el tsunami devastador de la Guerra Civil.
A la famosa tríada de residentes Lorca-Dalí-Buñuel hay que sumar científicos de la talla de Severo Ochoa y reseñar las estancias de intelectuales de primer orden como Miguel de Unamuno, Alfonso Reyes, Manuel de Falla, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Eugenio d’Ors y los jóvenes poetas de la llamada Generación del 27, uno de los más brillantes grupos de nuestra historia literaria.
La Residencia fue además foro de debate y difusión de la vida intelectual de la Europa de entreguerras y sus salones recogieron las voces de Albert Einstein, Paul Valéry, Marie Curie, Igor Stravinsky, John M. Keynes, Alexander Calder, Walter Gropius, Henri Bergson y Le Corbusier, entre otros muchos .
Para conmemorar su centenario, La Residencia de Estudiantes nos ofrece un regalo valiosísimo: el proyecto “Revistas de la Edad de Plata”, un fabuloso archivo que cuenta con más de 30 cabeceras digitalizadas, 14.000 páginas, 8.200 artículos y 1.700 autores representados y que incluye entre otros muchos materiales un completo archivo de Federico García Lorca o algunas de las publicaciones icónicas de la época (1921-1939), como Litoral, Ultra o La Gaceta Literaria.
Se trata de una herramienta fundamental al servicio de los estudiosos y curiosos de ese período y que permite una consulta cruzada, sencilla e intuitiva sobre revistas, autores, textos, ilustraciones, fotografías o facsímiles. “Una máquina del tiempo” –en palabras de José Antonio Millán, editor y asesor del proyecto– que nos permite hacer un recorrido por la literatura, la arquitectura, la música, las artes plásticas y las ciencias de los años 20 y 30 del pasado siglo, así como estudiar las relaciones de la vanguardia española con sus homólogas de Europa e Hispanoamérica.
Tino sin lágrima
"Las rosas blancas, las de metal pasado, las que oscurecen los ojos azules sin las marismas, encantan tardíamente la llegada de la noche. Están entre los labios, pero no se notan. Oscurecen las yemas más remotas sin que se sospeche. Tienen un perfume de frente, de grato escorzo de memoria, de aquello que pasó, que ya está ido, que era lo mismo exacto, pero no se mide.
Cuando está cayendo la tarde no se nota en los ojos la misma rama curva que llega de tan lejos, que esgrime su insistencia como una dolorida sordera, como un gesto de ayer que no se ha retirado en la resaca. Se besarían pálidas fuentes, bordes de piedra sin el agua, para sentir nacer el cristalino fulgor, la paciencia premiada, los bellos ojos del fondo que oscurecen un cielo retrasado. Una juntura de noche resbalada frente a la caída locuacidad sellada, frente a todo lo que dice despedida sin brillo, encaja su serenidad fugitiva. Llego y me estoy marchando. Soy la noche, pero me esperan esos brazos largos, sueño de grama en que germina la aurora, un rumor en sí misma. Soy la quietud sin talón; ese tendón precioso, no me cortéis; soy la forma y no el infinito. Esta limitación de la noche cuando habla, cuando aduce esperanzas o sonrisas de dientes, es una alegría. Acaso una pena. Una cabeza inclinada. Una sospecha de piel interina. Extendiendo nosotros nuestras manos, un dolor sin defensa, una aducida no resistencia a lo otro se encontraría con términos. De aquí a aquí. Más allá, nada. Más allá, sí; esto y aquello. Y en medio, cerrando los ojos, aovillada, la verdad del instante, la preciosa certeza de la sombra que no tiene labios, de lo que va a decirse resbalando, expirando en espiras, deshaciéndose como un saludo incomprensible.
Besos, labios, cadencias, soledades que aguardan sienten la íntima realidad transitoria. Un humo feliz serviría para dormir los recuerdos. No, no. Se sabe que el hielo no es piel, que la frontera de todo no cede ni hiere, que la seguridad es patente. Se sabe que el amor no es posible. Pulidamente se mira, se ve, se presencia. ¡Adiós! La sombra resbala sobre su previa elegancia, sobre su helada cortesía sin pena. ¡Adiós! ¡Adiós! Si existieran corazones, llorarían. Si la sangre tuviera ojos, las pestañas más lentas abanicarían la ida. ¡Adiós! No flojea el horizonte porque puede quedarse. Alardea la húmeda transición de sus rectas, de su constancia aplomada, de su traslación íntegra. Se besarían imposibles. ¡Conmuévete! ¡Vacila como una columna de tela! ¡Tíñete con un rubor de equinoccio! Pero los brazos no llegan y el saludo es de uno, de mí, de mí. No de la materia sabida, ni siquiera de su insobornable belleza. Que dimite."
Muy interesante texto, que condensa una etapa luminosa de nuestras letras y artes: Maruja Mallo en la pintura, Aleixandre en la poesía. La Residencia fue el recinto de poemas y dibujos. En una de sus habitaciones - cuenta Alberti - Lorca le leyó los primeros versos que había compuesto y que aún estaban sin publicar. Se repartían como hojas volanderas por Madrid y las gentes amantes de la poesía se aprendían los poemas de memoria.
ResponderEliminarSí, fueron buenos tiempos para la lírica y la esperanza. Y también para las mujeres (al menos para las jóvenes burguesas con estudios):Maruja Mallo y Concha Méndez del brazo por la calle, entre risas y amigos y para general escándalo ¡sin sombrero!
ResponderEliminarGracias por tu interés. Saludos
Hola sirena, tu blog es fantástico. Enhorabuena.
ResponderEliminarTe sigo.
Muchas gracias, Ricardo. Espero que te vaya bien por tierras levantinas.Mándame noticias de tu vida y tus trabajos. Que yo también quiero seguirte. Saludos
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