“Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca”
Mañana 24 de octubre se celebra el Día de la Biblioteca, iniciativa que en España surge de la Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil en el año 1997 y que este año se celebra en colaboración con el Gobierno Vasco.
Bibliotecas hay muchas, desde los monumentales templos que acumulan joyas bibliográficas al biblio-burro que recorre las aldeítas perdidas para llevar su incalculable tesoro a los niños sin escuela. Están las bibliotecas suntuosas de los príncipes y las íntimas almendras del saber de los monasterios, las germinales de las guarderías y las salvavidas de las cárceles. Decía Cicerón que nada falta al hombre que junto a su biblioteca goza de un jardín, vale decir de la belleza que nos brindan naturaleza y cultura. Es por eso tan importante que los gestores públicos tomen conciencia de la importancia de proteger y acrecentar el patrimonio natural y bibliográfico de los ciudadanos, y acercarles al goce de unos placeres que los harán más felices y probablemente mejores. De descansar la mirada en un jardín de plantas o en uno de libros, que no otra cosa es una biblioteca.
En estos tiempos en los que en el opulento Occidente se ha facilitado tanto –nunca suficientemente, nunca para todos– el acceso al libro, y cuando la cultura informática posibilita el milagro de acceder a golpe de clic a un incunable, sigue siendo necesario recordar la importancia de las bibliotecas públicas, que debemos cuidar como jardines vivos para el disfrute de todos. Tan triste un parque arrasado por excavadoras como un polvoriento cementerio de libros que nadie rescata del silencio.
Cartel diseñado este 2011 por Elena Odriozola |
Mi aportación a esta celebración es recuperar aquí el recuerdo de una de las más hermosas bibliotecas que he visitado, la antigua biblioteca del Trinity College, en Dublín, que alberga el tesoro del Libro de Kells, un manuscrito iluminado de los Evangelios confeccionado por monjes celtas en el siglo IX.
Biblioteca del Trinity College, Dublín |
Y recomendar la lectura de la Historia universal de la destrucción de libros, del venezolano Fernando Báez, un magistral recorrido por esa crónica particular de la infamia que es la biblioclastia, el holocausto del libro, tan antiguo como el objeto que pretende aniquilar. En sus sabias páginas documenta la profecía desgraciadamente vigente del poeta Heine: “Donde se queman libros se terminan quemando también personas”.
Y ya que vivimos en tiempos de repulsa a la obesidad, fomentemos la gozosa y saludable práctica de la bibliofagia.
Báez, Fernando. Nueva Historia Universal de la destrucción de libros. Barcelona. Destino. 2011. 416 páginas
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