jueves, 15 de marzo de 2012

EL SUEÑO DE UN HOMBRE RIDÍCULO



Fiódor Dostoyevski escribe en 1877 el relato El sueño de un hombre ridículo, cuando ya han visto la luz alguna de sus novelas fundamentales: Humillados y ofendidos (1861), Memorias del subsuelo (1864), Crimen y castigo (1866), El idiota (1869) o Los endemoniados (1872). En todas ellas toma el maestro ruso la naturaleza humana como materia primigenia de su indagación, escrutando los resortes de la psicología y las torcidas sendas de la espiritualidad, profundizando en ese “hombre subterráneo” que se mueve entre la culpabilidad y la purificación por el dolor, recorriendo junto a sus personajes los miserables callejones de un mundo radicalmente injusto.

El protagonista de este relato es una especie de Raskolnikov, desesperado nihilista, que nos cuenta en primera persona la historia de una profunda transformación. Cuando está preparando su suicidio cae en una especie de ensoñación o trance que le transporta a un  mundo edénico donde los hombres viven en un estado de naturaleza, instalados -inocentes y felices- en un presente puro. Como señala Reinhard Lauth (1981) son evidentes las conexiones del discurso roussoniano con la descripción de la corrupción humana que desgrana Dostoyevski en la parte V de su relato: la capacidad de reflexionar escindió al hombre del dominio natural de sus necesidades, le enseñó las Artes y las Ciencias y también los extraviados caminos de la avaricia y la crueldad, entregándole al sueño del progreso y la devaluación de la Virtud.

Pero la culpa de la desgracia humana no recae para el autor ruso en haber comido del árbol del conocimiento, sino que -como dice el stárets Zosima, en Los hermanos Karamazov- "Cada uno es culpable por todos y por todo”, cada uno de nosotros, al igual que este “hombre ridículo”, ha corrompido a la humanidad.

Resalta también Lauth los vínculos entre el discurso de Dostoyevski y el concepto de “intuición intelectual” del filósofo trascendental Fichte, pero el cristianismo de Dostoievski le empuja a ir más allá y a plantearse la posibilidad de redención desde el estado de maldad. El hombre ridículo confiesa amar más profundamente a sus criaturas pervertidas: “La tierra que ellos habían profanado se me volvió más querida que anteriormente el Paraíso, y eso únicamente porque en ella había aparecido el sufrimiento." 

La compasión ante el sufrimiento de los otros enfrenta al hombre con la culpa propia y la imposibilidad de recobrar la inocencia. Pero es también este conocimiento trascendente el que señala el camino de una expiación liberadora. Y el que esta verdad sea revelada -como en el presente relato- a través de los mecanismos inconscientes del sueño, no la despoja de una fuerza incontestable que ningún razonamiento podrá contravenir.

Una magnífica ilustración de feliz correspondencia entre literatura, cine y pintura puede disfrutarse en  el corto de animación que sobre este relato de Dostoyevski realizó en 1992 el exquisito  Alexander Petrov. Aunando la pintura al óleo y las modernas técnicas de animación, su excepcional trabajo -premiado en el festival de cine de Ottawa- nos desvela entre la impronta romántica, el trazo de Manet y los monstruos de Goya un impresionante fresco móvil del universo de su inmortal compatriota.

Fotograma de El sueño de un hombre ridículo


Dostoyevski, Fiódor. El sueño de un hombre ridículo. Áltera, 2007. 249 p.

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