lunes, 14 de noviembre de 2011

WILLIAM TREVOR, MAESTRO DE SENCILLEZ

En una conocida entrevista publicada en los años sesenta, Cortázar comentaba que cada vez escribía peor y que esa era su personal forma de buscar un estilo -un problema ético, una cuestión de decencia- y añadía: “¡Es tan fácil escribir bien!”. Creo que tiene razón en cuanto que todo maestro está obligado a investigar los límites del idioma, aunque es claro que el argentino habla desde la suficiencia de una precisión incontestable.

No sé si Verano y amor, la última novela del reconocido autor irlandés William Trevor, pasaría el test ético de Cortázar, pero de lo que no cabe duda es de que está irreprochablemente bien escrita, como si el otrora escultor la hubiera tallado de una pieza. 

La trama es simple: Ellie, una joven huérfana criada por las monjas, es enviada por éstas a servir en la casa del granjero Dillahan, hombre solitario que rumia en silencio la culpa por haber matado accidentalmente a su esposa y su pequeño hijo. Dillahan acabará pidiéndola en matrimonio y la joven, que cree que el amor es uno de los nombres del agradecimiento, deviene inadvertidamente de esforzada sirvienta en obediente esposa. Sus vidas transcurren punteadas por las labores en la granja y los pequeños recados en el pueblo vecino, hasta que la aparición de Florian -un joven que está liquidando la mansión familiar en espera de comenzar una nueva vida- transforma los días anodinos de Ellie en un esplendoroso verano. 


Amoureux de Vence. M. Chagall
Amoureux de Vence. Marc Chagall

El pueblo de Rathmoye es el minúsculo universo donde los personajes de Trevor se desenvuelven  bajo el peso de  la soledad, la incomunicación y el fracaso. Ven pasar sus días tras los visillos del tedio: la solterona dueña de la pensión que vive vicariamente la pasión de Ellie; la secretaria que ahoga en alcohol el secreto amor por su jefe; la protagonista, que tras conocer el vuelo del arrebato, vuelve a doblar mansamente sobre su silla las prendas de la costumbre conyugal. O devanan una culpa antigua: Dillahan la  muerte de su familia, Florian la impotencia creativa, la señorita Connulty el amor adúltero y el aborto clandestino en la puritana y ultracatólica Irlanda. La pérdida y la insatisfacción traslucen en sus voces un presente cercado, sin  más horizonte que la resignación o la huida.

Como vemos, novela sobre el aprendizaje de la pasión y obligado final de un amor inviable, no hay artificio ni doblez desde el mismo título, que da sencillamente lo que promete. La maestría de Trevor está en ir mezclando con delicadeza los materiales triviales de la rutina y un puñado de pequeños dramas personales, para destilar con ellos un pedazo de vida.

Trevor, William. Verano y amor. Barcelona: Salamandra, 2011.224 p.

2 comentarios:

  1. Escribir bien no es "escribir bonito", y que cada palabras encaje como una joya. Escribir bien es el resultado de un esfuerzo por elegir, por ejemplo, el adjetivo más eficaz y no el más deslumbrante, pulir, despojarse.
    Hay grandes escritores universales que no han "escrito bien" en la forma deslumbrante - pienso en Dostoievski - y sin embargo pocos como él han profundizado gracias a su escritura en la conciencia humana.
    Saludos.

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  2. Yo también prefiero el estilo "despojado" al "preciosista". Pero los grandes escritores lo son en su personal estilo: Hay escritores-relojero como Borges,con cuentos precisos donde no sobra ni falta una coma. Escritores-marea como Proust, con olas de palabras que van y vienen y dejan tesoros deslumbrantes.Escritores-minero como el gran Dostoievski, que arrancan del subsuelo pedazos de vida.A distancia, pero en este grupo yo sitúo a William Trevor.
    Muchas gracias por tus comentarios.
    Saludos

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