domingo, 16 de octubre de 2011

COETZEE A TRAVÉS DEL ESPEJO

La mejor parte de la biografía de un escritor no es la crónica de sus aventuras, sino la historia de su estilo.

Vladimir Nabokov. Opiniones contundentes


La autobiografía es un género atravesado por sus propias tensiones: entre lo autobiográfico y lo heterobiográfico, entre lo personal y lo universal, entre lo factual y lo ficcional, entre las voces que el autor libera y aquellas que decide silenciar.


Con Verano, Coetzee nos brinda la última entrega de ese brillante ejercicio de autoindagación biográfica y literaria que había comenzado con  Infancia (2001) y Juventud  (2002)  y que– como el autor subraya en el subtítulo– constituye la tercera parte de una “crónica de escenas de provincia”.

En todas ellas el distanciamiento viene a ser la estrategia fundamental del memorialista, a través del uso de la tercera persona en las dos primeras y con el distanciamiento definitivo que supone ficcionar su propia muerte en esta última. Verano dibuja un retrato plural y un tanto humillante del escritor en la Sudáfrica de los años 70, que va construyéndose a través de los testimonios de cinco personas entrevistadas por un joven investigador que pretende escribir su biografía. Cuatro de ellas son mujeres, dos fueron sus amantes y con las otras dos mantuvo algún tipo de relación amorosa, y la quinta es un compañero que conoció en una entrevista de trabajo y con el que trabó cierta amistad. Cinco capítulos de entrevistas  que se complementan con otros dos –el primero y el séptimo– presentados como “cuadernos de notas”, escritos en tercera persona y  en los que el autor apunta algunas reflexiones e impresiones biográficas de estos años.

El reflejo que de Coetzee  se trasluce a través de estas voces –básicamente de las femeninas–
es bastante despreciativo cuando no abiertamente feroz. Julia, la primera entrevistada, es una psicoterapeuta que vivió una aventura con el escritor, harta del vacío de su vida y el alejamiento de su marido. Sus comentarios sobre la competencia emocional y sexual de su partenaire no dejan lugar a dudas: “el sexo con él carecía por completo de emoción”, “no estaba hecho para el amor”. Describe a un hombre insoportablemente triste, una especie de autista hiperreflexivo, un autómata  “radicalmente incompleto” y básicamente inofensivo que –analiza– habría bloqueado sus impulsos agresivos para desarrollarlos catárticamente a través de la escritura de su primera novela, Tierras de poniente.

Autoescritura
La voz de Margot, una prima con la que mantuvo un inocente idilio infantil, resuena teñida por la nostalgia de esos días de infancia compartidos en las interminables llanuras del Karoo. Es una mujer amable y maternal que aprecia a ese extraño primo suyo. Sin embargo, el adulto Coetzee le intriga por su frialdad emocional y su sexualidad neutra. Y llegará a exasperarle por su ridícula incompetencia práctica y sus estúpidos planes de establecerse en una casa de cemento, en medio de la nada, con su anciano padre. No comprende su interés por las  lenguas muertas –esas que a él le permiten dialogar con el silencio– ni su afán por aplicarse al trabajo manual en una Sudáfrica que reserva esas tareas “impuras” a la población negra.

El tono se vuelve implacablemente denigratorio en la voz de Adriana, viuda brasileña y madre de una joven a la que da clases el escritor. En sus recuerdos, Coetzee aparece como un patético acosador que para poder verla se apunta a sus clases de baile. Es fácil imaginar la sonrisa turbada de Coetzee cuando se imaginara/recordara a sí mismo intentando mover las caderas en esa sala. Adriana lo dibuja como un “hombre de madera”, rígido e inseguro, radicalmente inapropiado para el amor y el matrimonio. Duda hasta de su capacidad como escritor porque –aunque no ha leído ninguno de sus libros– “tener talento narrativo no basta si uno quiere ser un gran escritor”. Si para ser un gran autor es necesario ser un gran hombre, sus dudas están más que justificadas ya que Coetzee para ella “era un hombre pequeño, un hombrecillo sin importancia”.

Ilustración de Escher
Las dos últimas entrevistas recogen los testimonios de dos colegas universitarios y en ellas asoman de una forma más precisa las opiniones sobre el posicionamiento vital de Coetzee ante la Sudáfrica del apartheid. Martin señala que ambos compartían sentimientos de provisionalidad hacia unas tierras que sus antepasados habían colonizado pero que era preciso devolver a sus dueños originales. Describe a Coetzee como un profesional competente pero no brillante, un inadaptado precavido cuyo carácter seco y reservado quizás le hubiera predispuesto a desempeñar con más éxito la enseñanza del sánscrito o la biblioteconomía.

Sophie, profesora de francés, fue la compañera y joven amante de un Coetzee que ella describe como un utópico calvinista. No es que fuera apolítico, sino más bien un idealista  defensor del “cierre de las minas” y “la poesía en las calles”, con una visión de la liberación negra más bien propia de un romanticismo naif. Su independencia  deviene una opción vital y política inviable porque “creía que no podía separarse de los afrikáners y conservar su amor propio, aun cuando ello supusiera que le asociasen con todo aquello de lo que los afrikáners eran políticamente responsables”. Como hombre era inteligente  y culto, pero resultaba un amante cómico. Como escritor “tenía cierto estilo” pero “carecía de una sensibilidad especial(…), de cualquier percepción original de la condición humana”.


Difícilmente un enemigo hubiera trazado una semblanza más implacable que la que hace Coetzee de ese yo ficcional y poliédrico. Poco importa desde luego entrar al juego de las semejanzas con una realidad biográfica que nunca es unívoca ni objetiva y por lo demás estalla en la multiplicación de reflejos que se despliega en las relaciones con los otros. Lo importante aquí es disfrutar de la lucidez de unas memorias de ultratumba que son al mismo tiempo la novela de unos personajes, de un lugar y una época histórica. En sus páginas asoma un hombre torpe en sus relaciones personales, de una timidez a menudo confundida con altivez, que se siente culpable por ocuparse de un padre enfermo al que desea abandonar, que ama un paisaje y una lengua de las que se siente usurpador, un vegetariano en tierra de depredadores, un fatalista desesperanzado con una fe irreductible en lo literario, un hombre triste que hace suya la proclama de Kafka: "un libro debería ser un hacha para romper el mar congelado en nuestro interior".

Schopenhauer entendía la autobiografía como una forma suprema de historia al mismo tiempo que expresión verdadera del sujeto interior. Quizás para Coetzee sea el ejercicio más radical de la ficción.

Coetzee, J.M. Verano. Barcelona: Mondadori, 2010. 272 p. Traducción Jordi Fibla

3 comentarios:

  1. A veces las obras superan a los autores y es preferible conocer menos sus vidas y adentrarse más en sus obras. Hay autores que defraudan con algunas de sus obras y obras que permanecen a pesar del perfil de sus autores.
    Interesante análisis, interesante texto.
    Felicidades.
    Cordiales saludos.

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  2. Utilizo el adjetivo impecable;porque en una breve reseña,se plasmo,la tortuosa vida antes del apartheht ,que vivía África,queda dando vueltas la vida de los personajes ,el amor ,desamor y el desconocimiento del amor ;que se canaliza por medio de la escritura.
    Gracias muy hermoso e interesante,para cultivarse.-

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  3. Muchas gracias por sus amables palabras. Y disculpe la tardanza en responderle pero he tenido algo abandonado el correo.
    Saludos

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