ELEGÍA DIDÁCTICA
Piensa en las muchachas muertas que entregaron a la tierra
un secreto ardientemente
ambicionado por los hombres,
y en los colegiales que aman con la mayor pureza a las
jóvenes vecinas que los
enamorados llevan a las grandes oscuridades de la ciudad.
Piensa en los niños que jamás se bañaron en el mar, y sueñan
siempre con
ahogamientos,
y en las prostitutas pobres que, después de la salida de sus
hombres,
corren hacia el fondo de los patios y se entregan casi
desnudas a lo inefable.
Piensa en todos los que se fueron, guiados por las
estrellas,
y en los que murieron lejos de las familias que los
detestaban.
Piensa en los que se entregaron a la muerte seguros de que
ninguna lágrima
resplandecería en la fulgurante unidad de los rostros
amados.
Piensa en los que jamás oyeron una declaración de amor
y en los pobres que no conocieron los placeres destructores
de las poses demoradas.
Piensa en la lluvia, cayendo sobre los sitios hipotecados,
y en los frutos de las granjas, tocados por la euforia del
sol del verano.
Piensa en los caminos intransitables, cerrados a la
oportunidad de los viajes,
y en las personas que van a morir escuchando los vientos.
Inclínate ante el recuerdo de los extraños amigos de tu
adolescencia.
Recibe en el fondo de tu memoria las voces que se prepararon
silenciosamente en tu
corazón
durante los años en que no te asaltó la certidumbre de estar
cantando.
Acepta el movimiento de cólera de las palabras que se rehúsan
a tu ardiente
llamamiento
y abre tus ojos para un domingo
que concentre la esperanza de todos los días.
Piensa en las hogueras de tu niñez, que vuelven a arder
anualmente en tu memoria,
y en aquellos que no regresarán, y morirán misteriosamente
cuando se dispongan a
volver.
Piensa en los que van a nacer, inclinados hacia el fin de tu
noche,
y en los hombres que soñarán poseer la serenidad matinal de
los árboles
y pasarán largas tardes caminando junto al océano.
Piensa en los cielos que se abren diariamente para los
aviones
y en las mujeres extranjeras que viste en cierta noche y a
veces aparecen en tus
sueños.
Piensa en los adolescentes incomprendidos por los padres
que aguardan inútilmente que una mujer los llame,
y en los libros jamás hojeados, y en las lámparas no
encendidas.
Piensa en las ventanas interiores, cuyo mayor deseo es
abrirse frente al mar,
y en la mirada de los niños abandonados al amanecer en la
puerta de los asilos.
Piensa en las parturientas muertas en las mesas de los
hospitales, lejos de los maridos que no las amaban, y deseaban en secreto su
desaparición.
Piensa en los canes repelentes llevados a las perreras,
y en los artistas populares, violentamente transfigurados
por la inspiración
de una samba que millones de bocas cantarán durante el
carnaval.
Después piensa en los versos que aparecen en tus sueños
y van a reunirse a las nubes apenas rompa la aurora.
Piensa en las lavanderas, cantando al sol de los cerros,
y en los cuadros de los museos jamás visitados.
Piensa en las bocas que nunca dominaron la voluptuosidad
salvaje de otras bocas
y fueron envejeciendo como frutos intocables.
Piensa en los corazones que en cierto momento se sintieron
paralizados por la luz del
cielo
y pasaron el resto de sus días en irreparable oscuridad.
Piensa en los desaparecidos, cuyos espantosos retratos salen
en la edición final de los
vespertinos
y en los suicidas que no dejaron cartas por falta de papel y
lápiz.
Piensa en las ciudades que amanecen sombrías delante de las
miradas de los viajeros
sedientos de claridad,
y en las calzadas donde nadie pasa durante la madrugada.
Piensa en los túneles, oscuros caminos abiertos al Otro
Lado,
y en las escaleras que nunca llevaron a alguien a la gloria
y al dominio.
Piensa en las camas repugnantes de las pensiones inseguras,
y en los viejos que siempre esperan el llamado de la muerte.
Piensa en los relojes que no marcan el día lúcido,
y en los animales muertos de sed, abandonados en lo oscuro
por la propia naturaleza.
Piensa en los niños que ignoran la dádiva elusiva de los
fines de diciembre,
y en los objetos olvidados en la arena de las playas,
durante los picnics.
Piensa en los personajes de novela, que siguieron el destino
incierto de sus creadores,
y en las lunas cuyos destellos derrumban la serenidad de los
adolescentes.
Piensa en las puertas que nunca se abrirán para recibir un
huésped,
y en los arroyos infectos que desearían ser el abrigo azul
de los veleros y de los yates.
Piensa en las manos que siempre rechazaron limosnas,
y en las niñas que los amantes pervierten sin piedad alguna.
Después piensa en la hiedra que abraza a las casas antiguas,
en un cariño sofocante,
y en los niños de los viejos tiempos, que nada sabían del
Mañana.
Piensa en las grandes mareas que van a esperar entre las
rocas el grito mudo de las
alboradas,
y en los ojos de los ciegos que sorben el agua clara de las
músicas de los organillos.
Piensa en los muertos, principalmente en los desconocidos
muertos de la guerra, que
quedaron en ilocalizables cementerios,
y piensa en los vivos que ignoran los cementerios donde
reposarán un día.
¡Oh! piensa en todo, en los horizontes calmos de tus días de
otro tiempo, en el
estremecimiento que te recorre al caer la noche en
atmósferas extranjeras.
Piensa en tu infancia convertida en conversación, vientos y
mangueras explotando al
sol
y en los senos de las mujeres que van envejeciendo sin que
lo perciban,
y piensa también en las formas de esas mujeres, destruidas
inflexiblemente y sin que
tu mirada las busque.
Piensa en tus padres, que confiaron en ti cuando apenas eras
silencio,
y jamás te imaginaron entregado al vuelo de un verso.
Piensa en tus hermanos, en tu casa los domingos,
y en el patio de los colegios donde despertaste para el
nunca más.
Piensa en las veces en que paseaste solitario por los campos
y volteaste hacia atrás con la esperanza de que alguna mujer
te siguiera.
Piensa en las muchachas inaccesibles de tu calle antigua,
y en los gritos que oíste venidos de gargantas desconocidas,
y en las voces que eran claras aunque hubiera temporales.
Piensa en todo y en todos, sin temer que te asalte el miedo
resultante de la amplitud
del pasado.
Piensa en todo y en todos, y después que los recuerdos se
vayan
volando como los pájaros y las hojas, la arena y las voces,
lleno de confianza en la vida y en el mundo,
sintiéndote vinculado a todos los hombres y todas las cosas,
inclínate sobre el cuerpo de la mujer que amas
o despierta a la alegría triunfal de un solo verso.
Ivo, Lêdo , Estación final. Antología 1940-2011. Granada: Valparaíso
Ediciones, 2013.
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