sábado, 6 de abril de 2013

ELEGÍA DIDÁCTICA




ELEGÍA DIDÁCTICA 

Piensa en las muchachas muertas que entregaron a la tierra un secreto ardientemente
ambicionado por los hombres,
y en los colegiales que aman con la mayor pureza a las jóvenes vecinas que los
enamorados llevan a las grandes oscuridades de la ciudad.
Piensa en los niños que jamás se bañaron en el mar, y sueñan siempre con
ahogamientos,
y en las prostitutas pobres que, después de la salida de sus hombres,
corren hacia el fondo de los patios y se entregan casi desnudas a lo inefable.

Piensa en todos los que se fueron, guiados por las estrellas,
y en los que murieron lejos de las familias que los detestaban.
Piensa en los que se entregaron a la muerte seguros de que ninguna lágrima
resplandecería en la fulgurante unidad de los rostros amados.
Piensa en los que jamás oyeron una declaración de amor
y en los pobres que no conocieron los placeres destructores de las poses demoradas.

Piensa en la lluvia, cayendo sobre los sitios hipotecados,
y en los frutos de las granjas, tocados por la euforia del sol del verano.
Piensa en los caminos intransitables, cerrados a la oportunidad de los viajes,
y en las personas que van a morir escuchando los vientos.
Inclínate ante el recuerdo de los extraños amigos de tu adolescencia.
Recibe en el fondo de tu memoria las voces que se prepararon silenciosamente en tu
corazón
durante los años en que no te asaltó la certidumbre de estar cantando.
Acepta el movimiento de cólera de las palabras que se rehúsan a tu ardiente
llamamiento
y abre tus ojos para un domingo
que concentre la esperanza de todos los días.

Piensa en las hogueras de tu niñez, que vuelven a arder anualmente en tu memoria,
y en aquellos que no regresarán, y morirán misteriosamente cuando se dispongan a
volver.
Piensa en los que van a nacer, inclinados hacia el fin de tu noche,
y en los hombres que soñarán poseer la serenidad matinal de los árboles
y pasarán largas tardes caminando junto al océano.
Piensa en los cielos que se abren diariamente para los aviones
y en las mujeres extranjeras que viste en cierta noche y a veces aparecen en tus
sueños.

Piensa en los adolescentes incomprendidos por los padres
que aguardan inútilmente que una mujer los llame,
y en los libros jamás hojeados, y en las lámparas no encendidas.
Piensa en las ventanas interiores, cuyo mayor deseo es abrirse frente al mar,
y en la mirada de los niños abandonados al amanecer en la puerta de los asilos.
Piensa en las parturientas muertas en las mesas de los hospitales, lejos de los maridos que no las amaban, y deseaban en secreto su desaparición.

Piensa en los canes repelentes llevados a las perreras,
y en los artistas populares, violentamente transfigurados por la inspiración
de una samba que millones de bocas cantarán durante el carnaval.
Después piensa en los versos que aparecen en tus sueños
y van a reunirse a las nubes apenas rompa la aurora.
Piensa en las lavanderas, cantando al sol de los cerros,
y en los cuadros de los museos jamás visitados.
Piensa en las bocas que nunca dominaron la voluptuosidad salvaje de otras bocas
y fueron envejeciendo como frutos intocables.

Piensa en los corazones que en cierto momento se sintieron paralizados por la luz del
cielo
y pasaron el resto de sus días en irreparable oscuridad.
Piensa en los desaparecidos, cuyos espantosos retratos salen en la edición final de los
vespertinos
y en los suicidas que no dejaron cartas por falta de papel y lápiz.

Piensa en las ciudades que amanecen sombrías delante de las miradas de los viajeros
sedientos de claridad,
y en las calzadas donde nadie pasa durante la madrugada.
Piensa en los túneles, oscuros caminos abiertos al Otro Lado,
y en las escaleras que nunca llevaron a alguien a la gloria y al dominio.
Piensa en las camas repugnantes de las pensiones inseguras,
y en los viejos que siempre esperan el llamado de la muerte.

Piensa en los relojes que no marcan el día lúcido,
y en los animales muertos de sed, abandonados en lo oscuro por la propia naturaleza.
Piensa en los niños que ignoran la dádiva elusiva de los fines de diciembre,
y en los objetos olvidados en la arena de las playas, durante los picnics.
Piensa en los personajes de novela, que siguieron el destino incierto de sus creadores,
y en las lunas cuyos destellos derrumban la serenidad de los adolescentes.
Piensa en las puertas que nunca se abrirán para recibir un huésped,
y en los arroyos infectos que desearían ser el abrigo azul de los veleros y de los yates.
Piensa en las manos que siempre rechazaron limosnas,
y en las niñas que los amantes pervierten sin piedad alguna.

Después piensa en la hiedra que abraza a las casas antiguas, en un cariño sofocante,
y en los niños de los viejos tiempos, que nada sabían del Mañana.
Piensa en las grandes mareas que van a esperar entre las rocas el grito mudo de las
alboradas,
y en los ojos de los ciegos que sorben el agua clara de las músicas de los organillos.
Piensa en los muertos, principalmente en los desconocidos muertos de la guerra, que
quedaron en ilocalizables cementerios,
y piensa en los vivos que ignoran los cementerios donde reposarán un día.

¡Oh! piensa en todo, en los horizontes calmos de tus días de otro tiempo, en el
estremecimiento que te recorre al caer la noche en atmósferas extranjeras.
Piensa en tu infancia convertida en conversación, vientos y mangueras explotando al
sol
y en los senos de las mujeres que van envejeciendo sin que lo perciban,
y piensa también en las formas de esas mujeres, destruidas inflexiblemente y sin que
tu mirada las busque.
Piensa en tus padres, que confiaron en ti cuando apenas eras silencio,
y jamás te imaginaron entregado al vuelo de un verso.
Piensa en tus hermanos, en tu casa los domingos,
y en el patio de los colegios donde despertaste para el nunca más.
Piensa en las veces en que paseaste solitario por los campos
y volteaste hacia atrás con la esperanza de que alguna mujer te siguiera.
Piensa en las muchachas inaccesibles de tu calle antigua,
y en los gritos que oíste venidos de gargantas desconocidas,
y en las voces que eran claras aunque hubiera temporales.

Piensa en todo y en todos, sin temer que te asalte el miedo resultante de la amplitud
del pasado.
Piensa en todo y en todos, y después que los recuerdos se vayan
volando como los pájaros y las hojas, la arena y las voces,
lleno de confianza en la vida y en el mundo,
sintiéndote vinculado a todos los hombres y todas las cosas,
inclínate sobre el cuerpo de la mujer que amas
o despierta a la alegría triunfal de un solo verso.

Ivo, Lêdo , Estación final. Antología 1940-2011. Granada: Valparaíso Ediciones, 2013. 

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