martes, 19 de junio de 2012

OFELIA Y OTRAS LUNAS


Fotografía de Rocío Verdejo
Fotografía de Rocío Verdejo



Tengo una edad abstracta fosilizada en mi corazón.
Mis años son imágenes, son idos, son imágenes
que prenden en el sueño y se diluyen en la cuchara de la eternidad.
Como puños cerrándose, como venas que laten y se hinchan
bajo el calor eléctrico, así eres, hermoso caballo de la noche,
cuerpo tallado en luz, ego del alba.

El mundo ya era viejo cuando tú aún eras joven
y los dioses bajaban a comer a mi mesa.
Ahora tu voz de ánade enjaulado cimbrea en las ventanas
como una lluvia seca o un truco de payasos metafísicos.
Pero no basta, Ofelia, ni tu cuerpo en un río suavemente inclinado,
ni tus ojos que brillan como el anillo de las floristas
o el guiño de los francotiradores, ni tus ojos que giran
como el tornillo de los planetas o la vajilla de los monarcas.

Ah solitaria, ebúrnea peregrina, en tus manos anidan
los acróbatas. Eres gozosa y cínica
como templar hormigas con fósforos dormidos,
como tender un cable de belleza entre torres gemelas
mientras que la razón se defenestra.

Volvámonos, urjámonos, aprisa regresémonos
como regresa el mar en cada ola, y no es el mismo ya pero es idéntico.
Perdamos la ironía, la sonrisilla fúnebre de los desencantados en el amor y el odio y el fracaso.
Dios expropió la tierra solo para nosotros,
humanos, fragmentarios, nuevos ancestros de la vieja horda.

Amiga nemorosa, lejana mía, vuelve.
En mi cuerpo he vivido y en el tuyo
me he quedado a vivir. Tu nombre perseguido está grabado
en la corteza arbórea del recuerdo. Tuya la voz de Dafne,
el silencio de Eurídice, la prisa de Atalanta. ¿Por qué huyes?

En ti viven los labios de Marisa Madieri, los pómulos
de Anne Sexton, los ojos tristes de Simone de Beauvoir.
Pero no te detengas a recoger manzanas,
Angélica, Oriana, Dulcinea. Muda Beatriz, ¡regresa!
Sabe que, de entre todas, a ti te elijo, Ofelia, sirena de agua dulce
en cuyo pecho siento latir el universo, para fundar mi estirpe.
Yo escalaría mil veces las murallas de Nínive
por verte amanecer. Amo la medialuna de tus uñas
en que la noche empieza, tu risa nigeriana,
y el lago de tu ombligo donde acampar solía.

Adelante, adelante, cerremos la ventana para inhalar el humo
polvoso del olvido, su languidez hipnótica,
su paz -sueño de ángeles-, su voz de mansedumbre.
(Sin que la luz velase nuestra imagen,
mirábamos danzar, así desnudos, un bodegón de sombras polimórficas
a lo Juan Gris, mientras, en las paredes, la oscuridad trepaba
sin monedas, y en la pantalla ardía lo real.)

Y ahora ¿a dónde iremos?
Como un temblor de sombra tus labios me consuelan,
en tanto que tu lengua, tierna como un exilio de panteras,
aguza mis sentidos, pero luego te alejas por la acera contraria
llevándote contigo la verdad de la tarde,
la verdad nebulosa de la calle sin ti.

Cruzas el arco de la librería como una osa lunar que se guarece
bajo la nieve sucia del recuerdo. Allí todo es seguro, y hay banderas,
y hay guantes de mendigo colgando de un paraguas.
Tu acento viridiano da sueño a los ociosos,
valor a los escépticos, ánimo a los cansados de fanfarrias marciales.
Y hay anclas en el techo de las que penden islas navegables,
y mapas incompletos y páginas impares
donde la muerte exhibe su muñón obsceno,
aunque por suerte tú no estás en ellas.

Mujer, que te interpones entre tu idea y tú misma,
reloj de lo infinito, te amara yo en el tiempo de los condicionales.
Aún oigo tus gemidos entre mis almohadas, cercano el apogeo.
Con qué tacto de luna o seda líquida se desleía tu sexo entre mis dedos,
y el cepo de tus piernas, y el adormecimiento de tu ropa interior,
y tus senos ungidos como soles de marzo.

Mujer, himen de niebla, te detesto, te amo.

Cuando seas vieja y tengas
las uñas largas y la boca espesa, y los pechos dulcemente caídos,
aún entonces, Ofelia, te seguiré esperando.


Vela, Javier. Fragmento de “La canción del cosmonauta”, en Ofelia y otras lunas. Madrid: Hiperión, 2012. Reciente Premio de Poesía Ciudad de Córdoba 'Ricardo de Molina'

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