jueves, 26 de abril de 2012

VAHINE


El creador argentino Enrique Molina arribó a muchas costas, tripulando barcos reales, o a partir de un aparejo poético con el que configura el enigmático itinerario que transcurre en sus poemas y sus lienzos. Piensa Molina que si el amor no es transgresor, muere hecho costumbre. El poeta cantará  así a las  alcobas secretas del deseo, a los amantes antípodas y asesinos, a la pasión feroz que anida en el fondo del bosque “donde hay siempre una niña acosada por los lobos”.
En su poema de Pasiones terrestres dedicado a Vahine, la tahitiana pintada por Gauguin, establece un diálogo cómplice con ese otro creador rebelde que recorrió muchos mares en busca de un paraíso de inocencia. Molina y Gauguin aprendieron que solo es posible vislumbrarlo fugazmente entre las brumas de una playa perdida.



Vahine no te tiare (Muchacha con una flor). Paul Gauguin (1891)
"Vahine no te tiare" (Muchacha con una flor).  Paul Gauguin (1891) 


A VAHÍNE (PINTADA POR GAUGUIN)

Negra Vahíne,
tu oscura trenza hacia tus pechos tibios
baja con su perfume de amapolas,
con su tallo que nutre la luz fosforescente,
y miras melancólica cómo el clima te cubre
de antiguas hojas, cuyo rey es sólo
un soplo de la estación dormida en medio del viento,
donde yaces ahora, inmóvil como el cielo,
mientras sostienes una flor sin nombre,
un testimonio de la desamparada primavera en que moras.

¿Conservará la sombra de tus labios
el beso de Gauguin, como una terca gota de salmuera
corroyendo hasta el fondo de tu infierno
la inocencia -el obstinado y ciego afán de tu ser-;
ya errante en la centella de los muertos,
lejana criatura del océano...?

¿Dónde labra tu tumba
el ácido marino?
Oh Vahíne, ¿dónde existes
ya sólo como piedra sobre arenas azules,
como techo de paja batido por el trópico,
como una fruta, un cántaro, una seta
que pueblan los espíritus del fuego, picada por los pájaros,
pura en la antología de la muerte...?

No una guirnalda de sonrisas,
no un espejuelo de melosas luces,
sino una ley furiosa, una radiante ofensa al peso de los días
era lo que él buscaba, junto a tu piel,
junto a tus chatas fuentes de madera,
entre los grandes árboles,
cuando la soledad, la rebeldía,
azuzaban en su alma
la apasionada fuga de las cosas.
Porque ¿qué ansía un hombre
sino sobrepujar una costumbre llena de polvo y tedio?

Ahora, Vahíne, me contemplas sola,
a través de una niebla azotada por el vuelo de tantas invisibles
aves muertas.
Y oyes mi vida que a tus pies se esparce
como una ola, un término de espumas
extrañamente lejos de tu orilla.

Molina, Ricardo. Obra poética (dos tomos). Madrid: Visor, 2007

2 comentarios:

  1. Como tantas otras veces la literatura y la pintura se unen, en ocasiones enlazadas con playas y colores.

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  2. Los caminos del arte se entrecruzan constantemente en un diálogo cómplice de pensamiento y emoción.

    Saludos, J.Julio

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