martes, 10 de abril de 2012

EL ARTE DE SER LIBRE

Entre las artes, empecemos por el arte que nos hace libres
M. de Montaigne


Stefan Zweig escribió sobre Montaigne en el exilio brasileño, presa de la desesperanza por el desmoronamiento de su mundo bajo la brutalidad nazi. Un autor ya curtido en el arte del ensayo biográfico –Tres maestros, Castellio contra Calvino, La lucha contra el demonio, Tres poetas de sus vidas acude al padre del ensayo moderno, no como impersonal objeto de estudio, sino como presencia viva, “hermano indispensable” y modelo de hombre libre, “como el mejor maestro de esta nueva y sin embargo eterna ciencia de seguir siendo uno mismo frente a todos y a todo”. Resulta triste pensar que el indomable optimismo de Montaigne  no sirviera para impedir que el autor austriaco se quitara la vida junto a su esposa en 1942, sin alcanzar a ver el final de la guerra ni terminar esta obra sobre su maestro. Parece que la impaciencia ante la larga noche de barbarie que venía contemplando, le urgió a poner en práctica la máxima senequista de Montaigne: “La muerte más voluntaria es la más hermosa. La vida depende de la voluntad ajena; la muerte, de la nuestra”.


Stefan Zweig
Stefan Zweig

Montaigne –como Zweig unos siglos después fue testigo de la quiebra radical de los valores humanistas de la razón y la tolerancia, pero aprendió a cultivar el arte definitivo de vivir una vida propia, aún bajo el fanatismo de las guerras de religión que asolaban la Francia de su época. Educado esmeradamente en su castillo de Périgod, desde muy joven leía con familiaridad a Ovidio, Virgilio, Terencio y Plauto en el latín que aprendió como lengua materna, y rechazó a escolásticos pedantes y redentores profesionales para forjarse un espíritu independiente, investigador y autodidacta. Hay muchos Montaignes, pero no cabe duda que el orgulloso seigneur, descendiente de comerciantes de pescado y judíos españoles, encontró en el retiro de su torre al Montaigne más esencial, su yo más íntimo, el atento objeto de su observación y estudio, su “metafísica y su física”.

En 1571, con treinta y ocho años, se despide de cargos públicos y ocupaciones domésticas para recluirse durante la siguiente década en una vieja estancia de su castillo, que defenderá como ciudadela de exilio interior y laboratorio de libre pensamiento. Traslada aquí su biblioteca y la que ha heredado de su amigo La Bóetie y se rodea de máximas latinas para intentar dar respuesta a la única pregunta que le interesa: “Que sais-je?” (¿Qué sé yo?). Se considera ante todo un “meditador”, un lector que acude libremente a los textos como fuente de placer, un silencioso conversador que dialoga con el pensamiento de los autores que lo acompañan en su refugio. Lee siguiendo las demandas de su capricho y acude tanto a los clásicos grecolatinos como a sus contemporáneos europeos, pero se reconoce interesado sobre todo por la poesía, la historia y el género biográfico, en el que admira la maestría de Plutarco. 

Michel E. de Montaigne

Quizás la soledad de estos años le empujara a anotar sus pensamientos y opiniones en lo que constituyó el embrión de los Essais. Montaigne insiste en que su tarea no es la del filósofo o el artista: “Lo soy todo menos un escritor de libros” –dice, pero está claro que la publicación de los dos primeros volúmenes de los Ensayos lo convirtió necesariamente en escritor. Señala Zweig que “Todo público es un espejo; todo hombre presenta otro rostro cuando se siente observado”. Y por eso la publicación y el éxito de su obra harán que Montaigne empiece a escribir para los otros, puliendo la redacción y dejando que su erudición se evidencie a través de las numerosas citas. El Montaigne inédito es un hombre que se mira pensar en su desnudez pero nadie escapa a la vanidad si al principio solo aspira a conocerse, después deseará mostrarse.

A los cuarenta y ocho años comprende que la larga convivencia con  Platón o Séneca  no ha logrado apartarle de su propio siglo: “podemos lamentar no vivir en tiempos mejores, pero no podemos huir del presente”. Tras una década atrincherado entre sus libros decide dejarse embargar por el humeur vagabonde y se lanza a un viaje errático de diecisiete meses a través de Francia, Suiza e Italia. Nada resulta ajeno a su enorme curiosidad, que guiará sus pasos hasta bibliotecas, baños públicos, bailes campesinos o ejecuciones de criminales. Evita los caminos trillados, los planes establecidos y las curiosidades de obligado interés turístico, y lo mismo conversa con el Papa que con los mendigos que encuentra en el camino; escucha a protestantes, zwinglianos y calvinistas del mismo modo que asiste a una ceremonia judía de circuncisión o a una sinagoga. Como apunta Zweig, viaja para liberarse y durante su periplo da ejemplo de libertad.

La fama de su obra hace que los ciudadanos de Burdeos lo elijan alcalde de la ciudad y que sea reclamado por la corte como mediador con Enrique de Navarra, ejerciendo así la delicada misión de asegurar la paz para Francia. El hombre que había hecho de una torre su única patria se ve envuelto en las intrigas de la alta política, pero defenderá su integridad e independencia hasta ante el propio rey, a cuyas presiones responde que es tan rico como desea ser y que solo al fuero del propio juicio somete sus acciones.

El último Montaigne, ya muy cercano a la muerte, el hombre que había tolerado el matrimonio de conveniencia como una de las molestas obligaciones derivadas de su posición social, encuentra sorprendentemente el amor y la ternura en la figura de la joven Marie de Gournay, que se convierte en su fille d’alliance y editora de los preciados Essais tras la muerte de su mentor.

La obra sedujo a las mentes más abiertas de la época, así como la defensa del humanismo, la tolerancia y el moderno sentido de la individualidad que trasluce, llevaron a la Iglesia a incluirla en el index de libros prohibidos. Pero ninguna llama logró apagar la lucidez de Montaigne, la misma que deslumbró a Goethe, Flaubert, Nietzsche o Zweig entre otros muchos. De la vigencia de sus palabras siguen dando cuenta publicaciones recientes, como la novela de Jorge Edwards La muerte de Montaigne, o el ensayo de Sarah Bakewell  Cómo vivir. Una vida con Montaigne, editados ambos el pasado 2011.

Puede que la pervivencia de Montaigne quede asegurada porque, como dice Zweig, “sólo aquel que se mantiene libre frente a todo y a todos, conserva y aumenta la libertad en la tierra”.

Zweig, Stefan. Montaigne. Barcelona: Acantilado, 2008. 112 p.

4 comentarios:

  1. Gran pensador Montaigne con sus Ensayos, gran divulgador del mundo de ayer Zweig: el segundo acerca a los grandes hombres, el primero ilumina.

    ResponderEliminar
  2. Para Zweig y para todos los que creemos en la necesidad de mantener la independencia de pensamiento frente a la intolerancia y la barbarie, Montaigne perdura como maestro necesario e indiscutible.

    ResponderEliminar
  3. mi comentario NO va sobre el texto. ¡Mucha merd para lo de Personas Libro de hoy!!! sé que te lo curraste.
    Abracitos mexicanos

    ResponderEliminar
  4. Muchas gracias, Andrea

    Estuvo fenomenal. La gente salió encantada, con ganas de más. Lo disfrutamos mucho y nos acordamos mucho de ti. Así que también formaste parte ayer del espectáculo.

    Un abrazo enorme

    ResponderEliminar