martes, 3 de abril de 2012

EN UN MUNDO DE TELEGRAMAS



Cicerón reconoce la naturaleza dialógica de la carta en su conocida expresión conloquia amicorum absentium (“conversación de amigos ausentes”), pero cabe plantearse si en estos tiempos que imponen la premura comunicativa del sms y el twit, queda aún margen para el cultivo demorado y reflexivo de la conversación y la correspondencia clásica, o se trata más bien de artes en peligro de extinción.

Para disfrute de nostálgicos, la Biblioteca Nacional de España exhibe hasta el 17 de junio la muestra “Me alegraré que al recibo de ésta. Cinco siglos escribiendo cartas”, un recorrido desde el siglo XVI a nuestros días para entender la historia de este gastado puente de papel. La exposición reúne, entre otras, cartas de Teresa de Jesús, Quevedo, Cadalso, Moratín, Pardo Bazán, Valle Inclán, García Lorca, Pablo Iglesias o María Teresa León. Hay cartas de reyes y cartas a los Reyes Magos, cartas cifradas, cartas de amor y pésame, tarjetas postales y cartas de despedida de los condenados a muerte tras la Guerra Civil. Otro eje expositivo recorre la evolución de los manuales preceptivos que normativizaron el arte epistolar a través de estos siglos.


Pequeño correo. Grabado de Durero
El pequeño correo. Grabado de Durero

Como señala el profesor Antonio Castillo, comisario de la muestra, el origen de la carta está ligado a la vocación comunicativa del hombre, y por tanto a los comienzos de la escritura y de algunas formulaciones literarias. Los epistolarios son también una fuente de conocimiento de primer orden para la investigación historiográfica que, en el estudio de la correspondencia diplomática, las cartas entre eruditos, políticos y literatos, y las más confidenciales relativas a la vida personal, hallarán datos fundamentales para la comprensión del devenir histórico.

Se conservan testimonios de cartas asirias fechadas a comienzos del II milenio, muy anteriores por tanto a los ejemplos de la Ilíada o las cartas apócrifas de Aristóteles y Demóstenes. Con el De Elocutione del griego Demetrio comenzará a configurarse todo un ars que continuarán en Roma los corpora epistolares de Cicerón, Séneca y Plinio el Joven y que florecerá en el Humanismo con las colecciones de Petrarca, Poliziano o Pietro Bembo y  la preceptiva que desarrolla Erasmo en su De conscribendis epistolis.

A partir del Quinientos se intensificaron notablemente los intercambios epistolares entre gentes de distinta condición: no solo los de carácter diplomático o entre los miembros de la aristocracia urbana y los mercaderes, sino aquellos que tienen su origen en la emigración a América, las guerras, encarcelamientos o retiros monásticos. El desarrollo de la correspondencia oficial y privada a partir de este siglo se apoyó además en la extensión del alfabetismo, el mayor aprecio a la instrucción como forma de promoción social y el desarrollo del correo.

Se suceden las impresiones de epistolarios como el de Catalina de Siena cuya primera edición en lengua castellana promovió el cardenal Cisneros en 1512 o el de Teresa de Jesús (1658), que conoció numerosas traducciones y reediciones; la formulación epistolar da cabida al género ensayístico, como ocurre en las Cartas filológicas (1634), de Francisco Cascales; y se produce una verdadera expansión de la novela epistolar, que tiene entre sus primeros antecedentes el Proceso de cartas de amores (1548), de Juan de Segura.

En el Setecientos son recurso de crítica socio-política –véanse las Cartas persas de Montesquieu o las Cartas marruecas de José de Cadalso en nuestro ámbito hispánico y sirven a la proyección del discurso ilustrado, como demuestran los volúmenes de cartas eruditas de Feijoo, Mayans y Siscar, Andrés Marcos Burriel o Melchor de Azagra. El éxito de obras como Pamela o la virtud recompensada (1740), de Samuel Richardson, la Nueva Eloísa (1761) de Rousseau, o Les Liaisons dangereuses (1782), de Choderlos de Laclos, contribuyó poderosamente a la popularización del género.

A partir del siglo XIX la extensión social de la instrucción primaria, la revolución del mundo editorial con los formatos populares y el éxito de los manuales de redacción de cartas, unido al incremento extraordinario de la movilidad geográfica y el desarrollo de la red postal, condujeron a una verdadera explosión del intercambio epistolar entre la gente común, bien fuera personalmente o a través de los muchos escribientes profesionales, que han seguido desarrollando su oficio hasta nuestros días: recuerdo ahora la terrible y tierna historia del film Central do Brasil, dirigido por Walter Salles en 1998.


Postal de J.M. Tamburini
Postal de J.M. Tamburini

Desde el romanticismo de Goethe (Las desventuras del joven Werther) hasta la renovadora propuesta de Tabucchi (Se está haciendo cada vez más tarde), pasando por  Austen (Lady Susan), Dostoyevsky (Pobres gentes), Valera (Pepita Jiménez), Galdós (La incógnita), Rilke (Cartas a un joven poeta),  Zweig (Carta de una desconocida) o Cela (Mrs. Caldwell habla con su hijo); desde la caballeresca misiva de Don Quijote a Dulcinea, a la obscenidad doméstica de Joyce con Nora Barnacle, las cartas han ido tejiendo un misterioso universo de conversaciones silenciosas entre interlocutores reales o ficticios, que atraviesa la vida de los corresponsales y nuestra historia literaria. Por otra parte, el análisis de esta particular producción en los creadores (pensemos por ejemplo en la torrencial correspondencia de Cortázar o de Strindberg) ofrece una gran riqueza de elementos de interés para la crítica y la teoría literaria y en la dilucidación de sus particulares poéticas.

Hoy corren tiempos de urgencia comunicativa, uniformidad expresiva e intimidad mercantilizada, poco propicios pues al introspectivo arte de la carta tal como la hemos conocido hasta ahora, y la última literatura también se hace eco del nuevo discurso epistolar electrónico, como demuestra Luis López Nieves en El corazón de Voltaire (2005).

Porque el futuro ya ha llegado, cabe relanzar ahora la melancólica reflexión del gran poeta Pedro Salinas: “¿Son ustedes capaces de imaginarse un mundo sin cartas? ¿Sin buenas almas que escriban cartas, sin otras almas que las lean y las disfruten, sin esas otras almas terceras que las lleven de aquéllas a éstas, es decir, un mundo sin remitentes, sin destinatarios y sin carteros? ¿Un Universo en el que todo se dijera a secas, en fórmulas abreviadas, deprisa y corriendo, sin arte y sin gracia? ¿Un mundo de telegramas?”


4 comentarios:

  1. Excelente comentario a la carta, a su historia y a su incierto futuro. Hoy "El Defensor" de Pedro Salinas tendría que exponer aún mayores razones para insistir en las cartas. Siempre me he preguntado: ante la brevedad y velocidad instantánea de los actuales testimonios, ¿cómo van a recogerlos y sobre todo trabajarlos los historiadores?

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    1. Cabe esperar que la revolución de los soportes - si bien acabe con algunas formulaciones literarias- también nos abra otras ventanas nuevas en la expresión lingüística y experiencial. Yo también me pregunto ¿y si un día nuestro tecnologizado mundo sufre un "apagón" energético? Es claro que podremos seguir leyendo nuestros anticuados libros en papel y hasta las tablillas babilónicas en barro, pero de nada nos servirán los e-books. Quizá entonces, ante la necesidad universal de comunicarnos con los ausentes, volvamos a escribir cartas. Y siempre podremos leer las viejas cartas en que se guarda parte de nuestra vida, y las de tantos grandes escritores de cartas.
      Gracias y saludos

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  2. Lamentablemente hay que aceptarlo, aunque algunos aún nos esmeramos aunque sea en los mensajes/cartas que viajan vía mail.
    Ethel Krauze en «Desnudando a la musa: ¿qué hay detrás del talento literario?» no sólo acepta este tipo de correspondencia de 140 caracteres, sino que considera que la gente escribe ahora más que antes. Es decir que se cuentan todo, claro que sin calidad, con contracciones y faltas de ortografía, y con una capacidad de síntesis enorme, que, aunque ella apueste por esto, no llegará nunca a ser un haiku, porque la belleza no está en la síntesis, sino en el contenido.
    Casualamente ahora estoy leyendo un libro escrito en ese formato: «Cartas a un joven novelista» de Vargas Llosa
    Besitos miles desde el DF

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    1. Si algo caracteriza nuestro mundo actual es la imparable velocidad de sus cambios; inaceptables muchos para los que ya conocimos y disfrutamos otros.
      Yo creo que decir que hoy se lee o se escribe más que antes es decir muy poco. Sobre todo si es a costa de mutilar el idioma, podar nuestra capacidad expresiva, y especialmente, si no se tienen más instrumentos mentales y comunicativos que los que la restricción del twit y el sms posibilitan. Me parece también que no todo es susceptible de contarse, y que desde luego muchas de las cosas que hoy nos impone la ansiedad comunicativa de los otros, son muy poco interesantes cuando no insufriblemente obscenas.Claro que yo me crié en un mundo en el que los muros entre lo íntimo y lo público eran ostensiblemente más gruesos que los de ahora.
      Muchas gracias por tus comentarios y referencias de libros. Gracias también por compartir tu nostalgia.
      Un beso muy grande

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