lunes, 26 de marzo de 2012

COLOR Y RITMO DEL TRANSIBERIANO

Dios y el Diablo son mis juguetes favoritos
B. Cendrars

Blaise Cendrars presentó en el París de 1913 lo que calificó de “primer libro simultáneo”, La Prose du Transsibérien et de la Petite Jehanne de France, un largo poema en prosa impreso sobre una banda de papel plegado e iluminado por la artista de origen ucraniano Sonia Delauny.

Frédéric-Louis Sauser, díscolo retoño de una acomodada familia suiza, eligió un pseudónimo que cuadraba bien a su naturaleza de indomable Fénix, una forma de entender la vida y el arte como perpetuo ciclo de resurrección y cenizas. Apicultor, vendedor de joyas, actor, fogonero, cazador de ballenas, pianista, cargador de matadero, peón agrícola, empresario exportador… fueron algunos de los múltiples oficios que este titán desempeñó a lo largo de su tumultuosa vida. 

Hizo de la aventura su lema vital y literario; conoció muchos países y escribió de todo: novelas, cuentos, poemas, guiones de cine, crítica cinematográfica, reportajes literarios, libros de viajes, casi un centenar de títulos recogidos en ocho gruesos volúmenes por la editorial Denoël a partir de 1960. Quizá esta multiplicidad llevara a su amigo Henry Miller a definirlo como “un hombre compuesto de muchas partes”, autor profuso de libros diferentes, frecuentador incansable de exóticos paisajes y puertos canallas, pionero de la experimentación literaria, y ante todo, furioso amante de la vida y su caudal inagotable de experiencias.

Retrato de Cendrars por Modigliani, 1917
Retrato de Cendrars por Modigliani, 1917

Cendrars fue testigo de primera línea de los convulsos acontecimientos de su época, desde el “domingo rojo” en que alboreó la revolución rusa al  horror de la  Primera Guerra Mundial, en cuyas trincheras perdió el brazo derecho. En el París efervescente de las vanguardias artísticas, las revolucionarias propuestas del cubismo atrajeron la atención de los nuevos poetas. Cendrars se relacionó con los principales artistas del momento: Picasso, Chagall, Léger, Modigliani, Braque, Gris, Brancusi, Soutine, y se convirtió en adelantado innovador de una poética que intentaba trasladar a la palabra la complejidad plástica del simultaneísmo.

Sus Diecinueve poemas elásticos (escritos en su mayoría en 1913 y publicados en 1919), supondrán un canto al movimiento perpetuo, a la vorágine de un mundo en continua transformación que saluda la nueva red de comunicaciones internacionales, el telégrafo, los viajes transoceánicos, los partes meteorológicos y el desafío de la Torre Eiffel. “No debemos olvidar que no sólo el presente, sino también el pasado está en continuo movimiento, que todo lo que ha vivido aún vive, cambia, se convierte, se traslada, se transforma, y la realidad se contradice a sí misma cien veces al día como la vieja charlatana que es”, dice este aprendiz de relojero que comprendió pronto la engañosa utilidad del oficio.

Cendrars habita un mundo en el que Einstein formula su teoría de la relatividad, Bergson concibe el ahora como una gota del fluir ininterrumpido del tiempo y Freud destruye la ilusión de una conciencia fiable. En el arte, Marinetti predica un nuevo dinamismo que reclama una poesía multiplicadora de imágenes y analogías simbólicas; Wyndham Lewis intenta atrapar el “vórtice” o remolino donde anidan las emociones; Tzara proclama su doctrina de intemporalidad y contradicción, defendiendo la imperfección del caos y el absurdo dadá; en el aire se mezclan el rugir de los aeroplanos, el ritmo sincopado del ragtime y el informalismo de Satie.

En 1912 se publica Pâques à New York, que Apollinaire celebró como el mejor poema de la década. La popularidad abre a Cendrars las puertas de los círculos intelectuales parisinos y le permite cultivar la amistad de numerosos artistas, entre ellos los esposos Robert y Sonia Delanuny. Con Sonia, además de compartir su cocina y las conversaciones en ruso, emprendió este experimento artístico, La Prosa del Transiberiano, un intento de traducir con la doble paleta de verso y color el vértigo de su tiempo.

Cantante flamenco, de Sonia Delauny, 1915
Cantante flamenco, de Sonia Delauny, 1915 

Guillaume Apollinaire bautizó con el nombre de Orfismo a la nueva tendencia de abstracción colorista que, disintiendo de las filas del cubismo, tuvo entre sus abanderados a la pareja de los Delauny. Sus creadores prefirieron el nombre de simultaneísmo para referirse a una propuesta que, en un intento superador de los hallazgos impresionistas, a los que suman las innovaciones cubistas y futuristas, investiga en el espacio y el movimiento a partir de la yuxtaposición e interrelación del color. 

Como la propia Sonia –Terk de soltera reconoció, la historia ha reservado a Robert Delauny un importante papel como pionero de la abstracción en el pasado siglo, prefiriendo para ella la adscripción a las artes decorativas. La vinculación de la pareja con España es importante, pues aquí se refugiaron tras el estallido de la Primera Guerra Mundial y vivieron en diferentes ciudades hasta 1921, trabando amistad con artistas e intelectuales como Ramón Gómez de la Serna y Guillermo de Torre. Sonia colabora con los Ballets rusos de Diaghilev, abre  tiendas de interiorismo y diseña cubiertas de libros, sombrillas, vestidos y carrocerías de coche según los principios del simultaneísmo. Tras su retorno a París, colaboró con artistas dadaístas y surrealistas en la producción de espectáculos teatrales y cinematográficos como Le P’tit parigot, de René Le Somptier. En la década de los treinta se relacionó con grupos como Abstraction-Création o Cercle et Carré y fue uno de los miembros fundadores del Salon des Réalités Nouvelles. Tras la muerte de su marido en 1941, continuó trabajando en su propia producción y dedicando su esfuerzo a la preservación y difusión de la obra de aquél. Con el tiempo acabó recibiendo un merecido reconocimiento por sus propias aportaciones pictóricas y  en 1964 se convertirá en la primera mujer en ver su obra expuesta en el  Museo del Louvre.


Fragmento de La Prosa del Transiberiano y de la pequeña Jehanne de Francia

Pero volviendo a su colaboración con Cendrars, La Prosa del Transiberiano representó un hito en ese intento de conjugar las innovaciones que en literatura y pintura desbordaron el panorama artístico de la primera mitad del siglo XX. Los incendiarios versos de Cendrars se acoplan a la textura luminosa de los colores de Sonia Delauny y al sorprendente juego tipográfico para crear una obra diferente, metáfora de la inconformista, trepidante y fugitiva locomotora que lanzó el arte por caminos intrasitados.

Los 150 ejemplares que se pensaron para el tiraje original, cuya extensión total sumaría la altura de la Torre Eiffel, nunca llegaron a completarse, dado el elevado coste de los pochoirs artesanales. Pero es posible disfrutar de un bello facsímil que la Universidad de Yale publicó en 2008 a partir de un ejemplar de la Beinecke Rare Book and Manuscript Library, que viene acompañado de traducción y notas en inglés. Y los fetichistas del arte literario pueden contemplar estos días en Madrid, dentro de la exposición que el Prado dedica a las colecciones del Hermitage, un original con sus dos metros desplegados de acordeón poético, una emocionante sinfonía de color, palabra y movimiento.


Cendrars, Blaise; Delauny, Sonia. La Prose du Transsibérien et de la Petite Jehanne de France. Beinecke Rare Book and Manuscript Library, Yale University Press, 2008.

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