jueves, 12 de enero de 2012

SOBRE LA CONVERSACIÓN

La confianza contribuye más que el ingenio a la conversación
La Rochefoucault


La frecuencia y naturalidad con que la ejercitamos lleva con frecuencia a confundir la conversación con la charla banal, mientras que una larga tradición de indagación filosófica, literaria, lingüística y sociológica la entroniza como objeto de reflexión, ejercicio artístico, expresión de la singularidad del individuo y lugar de encuentro donde se entrena y cobra cuerpo la socialización.

Ya el diálogo socrático la eleva a vía privilegiada de acceso al conocimiento, oportunidad que de la mayéutica deriva a una poiésis o sabiduría creativa cuya importancia teorizarán Heidegger y Castoriadis. Y es en este sentido en el que Jorge Wagensberg comenta la emoción que se produce cuando a través de la conversación salimos de nuestra esfera para entrar en relación con los otros y así comprender lo diferente, cambiar nuestras opiniones y pensamientos, en definitiva– re-conocernos,   re-crearnos.

La conversación como arte efímero se cultivó notablemente en los salones de la Francia del XVII, donde el refinamiento mundano de las Preciosas la convirtió en un juguete seductor. En el XVIII, el llamado “siglo de la conversación”, la irrupción del espacio público como nuevo valor de civilidad y la importancia que al mismo tiempo cobra lo privado y la autobiografía, la transforman en democrático vehículo de discusión crítica y expresión literaria. Ya alguien tan poco proclive a la mundanidad como Kant practicó  y elogió la conversación como modelo de intercambio y ejercicio espiritual que ha de ser modelo de tolerancia, o no ser.

La tertulia del Café Pombo. José Gutiérrez Solana, 1920
La tertulia del Café Pombo. José Gutiérrez Solana, 1920.
La conversación se consolida como arte social en los salones, visitas y tertulias de la burguesía decimonónica: de la importancia que para la educación sentimental y social de sus personajes tiene la conversación dan buena cuenta las novelas de Balzac o Proust, mientras que el dandismo decadente de Wilde la usará como el estilete favorito de sus disecciones. 


El rupturismo que inauguran las vanguardias del XX  los experimentos de Dadá, el potencial onírico del surrealismo, la distorsión expresionista,  instaura el canon de la irreverencia y el desafío en el arte, así como las revoluciones sociales y los nuevos descubrimientos científicos cuestionarán toda una forma de estar y conversar con el mundo. El psicoanálisis reinventa la conversación curativa y Saussure concede al “habla” un estatuto científico. Así también la eufonía de la conversación literaria da paso a las fragmentaciones de Joyce, el balbuceo del teatro del absurdo, el desenfoque metaliterario de la nouvelle vague o la vulgaridad  intencional del realismo sucio. Los nuevos enfoques de la pragmática y los análisis conversacionalistas recuperan últimamente en el ámbito de la Lingüística y la Sociología la importancia del estudio de la conversación para la comprensión del comportamiento de los individuos y su compleja interacción con las estructuras y  valores sociales.

Pero, ¿qué queda de la conversación hoy en día?  A juzgar por la cantidad de programas televisivos donde se  escenifica –entrevistas, debates, charlas, patios de cotilleo, realities– parece que nuestro mundo padece un “hambre conversacional”  que a todas luces nunca podrá paliar –son palabras de Andy Warhol todo este dispendio de “anticonversación” o hilación de “ruidos”. Porque lo que una buena parte de los medios audiovisuales ofrece actualmente es  una conversación degradada a modelo de burda agresión, zafio despliegue de chismes y ufana exhibición de banalidad que son consumidos pasivamente.

Por otra parte, es indudable esa necesidad “higiénica” y existencial que el ser humano tiene de experimentar una auténtica conversación. Porque precisamos el consuelo, la intimidad, el humor, la posibilidad de explicar y comprender el mundo y a nosotros mismos a través del otro. Y este movimiento de ida y vuelta que se produce en la buena conversación requiere como premisa básica una escucha atenta para poder completarse como ejercicio creativo y multiplicador, o bien fracasar como estéril práctica onanista. 

La conversación. Henri Matisse (1909-1912)
La conversación. Henri Matisse (1909-1912).
Sobre las virtudes del buen conversador han reflexionado grandes autores como Cicerón, Montaigne, Castiglione o Johnson, y en lo que parecen coincidir con los modernos hallazgos de la sociopragmática es en la importancia de la escucha tolerante, la flexibilidad no prejuiciosa, el respeto de los turnos, el valor del silencio reflexivo, la sinceridad y claridad expositivas, el humor compartido frente al ingenio hiriente y la ausencia de pedantería; no en vano Montaigne apuntaba:“nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis”. 

La conversación, como cualquier arte práctico, se aprende a través de su ejercicio, por lo que –si no queremos que quede relegada a la categoría de rareza o antigualla– resultaría  muy conveniente trasladar su aprendizaje al sistema educativo. Abandonar a las nuevas generaciones al exclusivo tutelaje televisivo y la anémica elocuencia del twitt podría acarrear consecuencias devastadoras.  

Finalmente, conversar sobre nuestras lecturas –cara a cara o en un blog viene a ser otra tentativa de auto-explicación a través en este caso de la mediación literaria, una forma de compartir y extender nuestra red de complicidades y una ocasión para crecer con  la lectura de los otros. 

Leer más:
Arana Palacio, Jesús y Galindo Lizaldre, Belén. Leer y conversar. Una introducción a los clubes de lectura. Gijón: Ediciones Trea, 2009. 296 p.
Arfuch, Leonor. “Elogio de la conversación”, en La Nacion. Buenos Aires, 2003. 

4 comentarios:

  1. Muy interesantes estas reflexiones sobre la conversación. El diálogo está en el centro. Sin diálogos célebres como los que tuvo, por ejemplo, Francisco de Holanda con Miguel Ángel nada sabríamos de ciertos aspectos suyos. Sin diálogo auténtico y sin verdadera conversación la convivencia quedaría en lo banal, esa sucesión de retazos fragmentados que tocan solo la superficialidad y la epidermis.
    Si leer - se ha dicho - es "mirar dentro", conversar es igualmente mirar dentro del alma del otro y dejar que el otro mire la nuestra.
    Saludos.

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  2. Sí, J.Julio. Etimológicamente conversar significa "volverse hacia el otro para atenderle", y una buena conversación es un momento de encuentro en el que sostenemos y somos sostenidos por la mirada y las palabras de otro. Compartir las experiencias -también la experiencia lectora- es un acto muy necesario y placentero cuando se tiene la suerte de contar con los interlocutores adecuados.
    Saludos

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  3. Doy fe de ello, la conversación , y si esta tiene como excusa la lectura de un libro compartido como ocurre en los clubes de lectura ,tiene un efecto beneficioso para las personas y para la sociedad; el diálogo bien entendido, en el que la escucha y el respeto son tan importantes como la idea y la palabra, construye personas y también ciudadanos tolerantes y críticos.
    Gracias Amparo como siempre por tus entradas y reflexiones.
    Un abrazo

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  4. Gracias a ti, Rocío por compartir aquí tu comentario. Coincido plenamente con tu reflexión sobre la importancia de la conversación entendida como intercambio experiencial y modelo de formación cívica. Los clubes de lectura son este sentido magníficos foros en los que ensayar su potencia creativa y experimentar el placer de la complicidad ante lecturas siempre diversas.

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