Imagen: Gervasio Gallardo
GABRIEL
Llámame como quieras, el viento que manchado por un revólver
es ahora un trineo imaginado por el arte posesivo del
amanecer.
Llámame Gabriel Sherover, la memoria contemporánea, las
piedras
de la Intifada, aquellos cuyas palabras aún caminan sobre
las aguas
del Tiberíades. Llámame lo que se desvanece por los caminos
del prólogo a la Anunciación, un fragmento del mar de los
límites
en los dormitorios de Galilea. Llámame de cualquier forma
relacionada con lo que terminó mal, las coaliciones
entre el monólogo rural del resentimiento y la felicidad
burguesa.
Llámame ningún hombre, ninguna mujer que baje la cabeza
Sumergida bajo el tiempo de la noche en el dormitorio de
las aguas.
Llámame la fosforescencia, el avistamiento de los huesos del
amor
en los enterramientos tachados en los libros sagrados.
Llámame
multiplicación de los panes en la colina mojada por la
mordedura,
el reparto de camas en el kibutz durante la adolescencia de
lo impensado.
Llámame como te llamarías a ti mismo si no hubiera existido
el olvido,
la azuela, el cuenco de letras con el pensamiento de la
penalidad.
Llámame Veneración y llámame el que Resiste, esa negrura
de la ortodoxia en el hotel de las penúltimas irrealidades.
Llámame lo que extraviado es falso fuera de la mayúscula
hermética
la existencia del paisano Cristo que multiplica el reproche,
los panes
los viejos peces de la confianza respirando el olor de Dios
en
la oscuridad.
Y tú, Gabriel Sherover, habitado por el absoluto bajo algún
olivo
recuerda que toda noche es pequeña y que yo he dormido
contigo.